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Relicario

2014

Carlo Trivelli

El trabajo de Ivana Ferrer ha girado, en los últimos años, alrededor de las nociones de indicio, textura y memoria. En su exposición TexturasINSTANTES (2011), por ejemplo, las imágenes de objetos o situaciones aparentemente triviales –un papelito dejado sobre una mesa de trabajo, un paño de cocina rasgado– invitaban al espectador a ver lo retratado en los cuadros como claves a partir de las cuales desentrañar momentos, pequeños pero significativos, de la experiencia cotidiana. De modo similar, en Huellas/Umbrales (2013), la artista recopiló una serie de servilletas con manchas de café que, una vez pintadas, devenían en una suerte de inventario de la cotidianeidad.

 

A través de una pintura que ofrece una apariencia abstracta cuando es vista de cerca y que, a medida que el espectador se aleja, va dejando ver una imagen figurativa, el trabajo de Ivana Ferrer se centra en la textura de las cosas y el modo en que, recogida en ella se halla, en clave, la experiencia; una que muchas veces, por cotidiana, pasa desapercibida y, por tanto, se pierde rápidamente en el olvido. El ejercicio que se le plantea al espectador es, entonces, uno vinculado con la memoria: recuperar esos momentos perdidos a partir de las huellas que el tiempo ha dejado en la materia.

 

En Relicario el trabajo de Ivana Ferrer cobra una nueva profundidad. Si, hasta ahora, sus reflexiones se habían desarrollado siempre en la esfera de lo cotidiano, en esta ocasión la artista pinta detalles de las fotografías de registro de las exhumaciones llevadas a cabo por el Equipo Peruano de Antropología Forense (EPAF) en entierros clandestinos producto de la violencia política que enlutó a nuestro país en décadas recientes. Con ello, la reflexión de la artista sigue los mismos cauces que en sus trabajos anteriores, pero se sumerge en la historia social y política del país y adquiere nuevas y –hay que decirlo– trágicas dimensiones. Las texturas no son ya huellas de lo cotidiano y tal vez trivial, sino indicios de ajusticiamientos políticos, de vidas humanas segadas sin sentido. Y, consecuentemente, el ejercicio de la memoria es otro: no la reconstrucción de pequeños momento que se nos escapan, sin querer, al terreno del olvido, sino el imperativo de recordar para entender una tragedia, para clamar por justicia, para evitar que algo así vuelva a suceder.

 

Si hay alguna diferencia esencial entre pintar y fotografiar, quizá esta esté relacionada con la manualidad que exige la pintura. En términos informativos, estos cuadros tal vez no nos digan más que las fotografías del registro forense en las que se basan; pero hay que preguntarse no solo por la información que contienen, sino por el modo en que su sentido cambia a partir del gesto mismo de pintarlos. El arduo trabajo manual y la concentración que este supone hacen que pintar estos objetos sea como atesorarlos. Al pintarlos, Ivana Ferrer los convierte en reliquias, en objetos con valor sentimental y no meras pruebas. Y, con ello, se acerca a esas víctimas de la violencia a las que no conoció, pero que con cada pincelada se vuelven más queridas y cercanas. A ellas está dedicado este relicario.

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